jueves, 31 de enero de 2013

El escritor Jordi Sierra i Fabra, Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil 2013

      El escritor Jordi Sierra i Fabra ha sido galardonado con el Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil 2013 por su novela Parco, que narra la vida de un adolescente en un centro tutelar de menores. Es una obra de madurez creativa, con una técnica depurada e innovadora, donde se hace patente su personal estilo a base de frases cortas, ritmo ágil y brevedad. La novela se publicará en abril y está dirigida a lectores de quince años en adelante.
     
     Jordi Sierra i Fabra ha sido galardonado, entre otros, con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2007 por su obra Kafka y la muñeca viajera, Premio Edebé Juvenil 2006 por Llamando a las puertas del cielo
    
     El Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil se convoca anualmente con la intención de estimular la creación de obras en castellano dirigidas a lectores entre los ocho y los catorce años de edad. Desde 2004, cuando se convocó por primera vez, se premia la originalidad, la calidad literaria y la estética, con el fin de divulgar obras que aviven la afición a la lectura entre los más jóvenes, ayudando a su crecimiento interior y al desarrollo de la imaginación y de la creatividad.


     Os dejamos que disfrutéis de un cuento del premiado escritor, que, según sus propias palabras, "está inspirado en los niños y niñas de la Institución Educativa Ambientalista de Cartagena de Indias (Colombia), que reciclan todo lo que hallan y crean nuevos mundos llenos de vida, color e imaginación". 

EL SACO DE CEMENTO

    El saco de cemento estaba en mitad de una montaña de sacos de cemento, lleno de polvo por fuera y, claro está, de cemento por dentro. Había llegado a la fábrica en buen estado, recién salido de la imprenta que los confeccionaba, pero allí, de inmediato, lo habían llenado, cerrado y apilado a la espera de ser enviado a la obra que lo comprara.
    El pobre saco de cemento estaba triste.
    Su vida iba a ser corta y, por desgracia, tan discreta como sucia.
    Todos los sacos de cemento estaban como él, sin ganas de hablar, aplastados unos con otros, imaginando que, una vez los vaciaran, acabarían en un basurero, y luego... quemados, destruidos, hechos trizas...
    Aquella fue una larga noche.
    Por la mañana unos hombres empezaron a cargarlos. Idas y venidas desde la montaña hasta unos camiones donde otros hombres los colocaban debidamente. El saco de cemento viajó en el hombro de un joven negro y en el camión lo recogió otro hombre de aspecto indígena que lo puso casi en la parte de arriba de una pila, y mirando hacia afuera. Así que, por lo menos, cuando el camión arrancó, el saco pudo ver un poco el mundo, las calles, las casas, las gentes...
    Aquello era fascinante.
    Pero el trayecto, de dos horas de duración, se le antojó muy corto.
    Cuando llegaron a su destino, los sacos fueron bajados del camión por otros hombres, y esta vez a él le tocó quedarse en la parte inferior de la pila, con un montón de sacos encima. La obra en la cual el cemento que contenían iba a convertirse en parte de su estructura era muy grande. Una hermosa construcción.
    El saco de cemento pensó que, a lo mejor, tardaban uno o dos días en utilizarlo.
    Se equivocó.
    Aquella misma tarde la pila disminuyó muy rápido y antes de la hora en que se daba por concluida la jornada laboral fue vaciado hasta que en su interior no quedó nada salvo el polvo del cemento. Tras ello, el saco, arrugado, fue a parar a un lado.
    Aquella noche, en el basurero, a la espera de saber su destino, miró el mundo por última vez.
    Y al amanecer...
    La niña era pequeña, unos ocho o nueve años. Pequeña y muy guapa, manos de seda, sonrisa de colores, piel negra y brillante, ojos grandes.
    Se detuvo frente a él y los demás sacos, cogió un puñado, los alisó y se los llevó con ella cantando.
    El saco de cemento no entendía nada.
    Llegó a un lugar lleno de niños y niñas, y allí fue depositado junto a otros restos en apariencia inservibles: cajas, latas, plásticos, hueveras, cintas... Un sinfín de cosas que, para la mayoría, no eran más que eso: basura. Sin embargo los niños y las niñas se pasaron el día trabajando con ellos, formando adornos con unas cosas y vestidos con otras.
    Vestidos.
    El saco de cemento fue alisado, planchado, unido a otros cuatro sacos y convertido en un precioso vestido que, luego, la niña que le había rescatado pintó de colores. A él le tocó ser la parte delantera, la más hermosa.
    Cuando comprendió la verdad casi lloró.
    No lo hizo para no estropear aquel trabajo.
    Dos días después hubo una gran fiesta en la escuela. Les visitó nada menos que la Primera Dama de la nación, y un escritor español, y uno del país, y muchas más personas. Y la niña bailó y cantó, con su vestido hecho de sacos de cemento pintados, y sus adornos en la cabeza. Nadie hubiera dicho que aquello eran desperdicios. Nadie.
    El saco de cemento vive hoy en un armario, feliz, sabiendo que una vez fue lo que fue, un saco de cemento lleno de polvo, pero que en el presente y en el futuro, será siempre un vestido de colores gracias a la imaginación de un puñado de niños y niñas.
    La imaginación.
    Como la energía, nada debería crearse o destruirse, sólo transformarse.


Fuente: http://www.sierraifabra.com/ant/secciones/Lee_gratis/

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