Relatos ganadores del Certamen de relatos:
Ganador de la categoría de 1º a 3º ESO:
"Umbra", de Hugo Expósito López
Desde que los humanos vieron el amanecer por primera vez, siempre han sentido un cierto miedo a la noche, aquella inquietante y a la vez bella presencia que espera pacientemente la caída del último rayo de sol para mostrarse y envolverlo todo en una gran sábana negra.
Nunca nadie ha sabido responder con precisión por qué sentimos ese pavor irracional a la penumbra. Lo que sí sabemos, es que es en ese mismo momento de oscuridad cuando nos sentimos más vulnerables.
Eran casi las cuatro de la madrugada cuando abrí los ojos. Aparentemente la casa estaba vacía pero por alguna razón, yo sabía que eso no era cierto.
Me estaba esperando al otro lado de la puerta.
Contuve la respiración. Pasaron minutos de silencio insoportable hasta que empujó levemente la puerta entreabierta. Alcé la cabeza y dirigí la mirada hacia la grotesca y deformada sombra que se dibujaba en la pared, iluminada por la tenue luz de la luna llena que asomaba por mi ventana. En ese momento me estremecí de pavor. Noté sus largas extremidades deslizándose lentamente por encima de mi cama, buscando un lugar donde aferrarse, tal vez de forma permanente.
Volví a cerrar los ojos, con la esperanza de que aquella criatura desapareciera. No fue así. Noté su gélido aliento por toda mi cama. El suspiro de la muerte, que lentamente se abría paso por los recuerdos de mi cabeza borrándolos poco a poco.
Y entonces, el apacible felino encontró la postura recostándose junto a mis pies.
Ganador de la categoría de 4.º ESO y Bachillerato:
"Canadá en los pasajes de París", de Yago Casado Fajardo
Canadá es un segundón. Canadá es un muchacho descarriado sin oficio ni beneficio. No conoce empresa alguna a la que dedicar su proletaria vida excepto al aristocrático arte del paseo. Arte que en sus andares dubitativos e indecorosos, se convierte en un actividad más propia de los payasos que alegran a los niños. Encontró refugio en los pasajes. Aquellas estrechísimas y bulliciosas calles que habían sido construidas bajo cristal y acero para ofrecer espacio a sus habitantes. Espacio de vida, de sociedad, de comercio, de movimiento. Movimiento que Canadá siempre observa como direccional y vertiginoso. Todos los transeúntes caminaban por algo y en busca de algo con una velocidad estremecedora para Canadá. A sus ojos, hasta las señoritas que aguardaban a los caballeros sentadas en los más refinados cafés, se movían desbocadamente en sus esperas. Y, sin embargo, él era el único cuyo paseo era estático, sin objetivo, sin causa, un sinsentido. Se movía entre todas aquellas personas como un extraño intocable dejado a observar como única respuesta ante las corrientes apresuradas de la sociedad palpitante. Un día vio cómo un muchacho de su misma edad e incluso peores vestiduras conseguía un puesto de ayudante en la relojería cuyo escaparate le maravillaba siempre. Un día vio cómo otro muchacho consiguió robar las joyas de los preciosos cuellos de las damiselas y los relojes de los aristócratas que tanto deseaba. Un día vio cómo la mujer más bella que jamás pisaría aquellos pasajes se escondía en un oscuro callejón para amar a un hombre que en nada igualaba la belleza de su amante. Un día vio cómo un recadero era apuñalado en mitad de la noche bajo la única mirada de las farolas. Un día vio cómo un muchacho descarriado se convertía en objeto de su propia contemplación transeúnte.
Ganadora de la categoría de FP, PAS y familias:
"Lavanda", de M.ª del Carmen Galán Fernández
La habitación olía a hospital. Los médicos no lo notaban, pero yo sí, y ella también. Ella que mimaba las plantas del jardín como nos mimaba a todos. Ella que estaba pendiente de que la leche de Víctor llevase cacao sin grumos. De que Ángela, tuviese su camiseta blanca lavada. De que mi cerveza estuviese en su temperatura óptima. Ahora estaba postrada en esta cama de hospital, aguardando el final. Sentía su pérdida inminente, no por ella, por nosotros. ¿A quién acudiríamos para los mimos, para esa palabra difícil en inglés, para las tortitas los domingos?
Llevaba unos días ausente. Sus ojos me rehuían y mis palabras a ella. Salí desesperado, cogí el coche y conduje hasta que las lágrimas no me dejaban ver la carretera y paré. De pronto vi un prado de lavanda, tan bonito, que por un instante olvidé que el amor de mi vida se apagaba...Salí y comencé a meter frenéticamente ramitas en los bolsillos del pantalón, en la camisa, las manos llenas. Volví al hospital; entré y llené con la lavanda el cuarto, hasta que se volvió violáceo a la tenue luz del atardecer. Me senté a esperar y de pronto lo vi. Su sonrisa iluminó la estancia. –Lavanda, dijo con un hilo de voz, mirándome con amor infinito.
Son esos pequeños detalles los que hacen que todo cobre sentido. En los momentos en que todo se hunde es necesaria la belleza y el afecto. La belleza de las cosas sencillas y el afecto de las cosas sentidas.
Bastaron unas ramitas de lavanda para entender que estaríamos bien, para que sintiera que podía irse en paz y nos sintiera a salvo. Supo que yo aprendería a hacer trenzas, que habría velitas en los cumpleaños y que no faltarían flores en el jardín.
Accésit de 4.º ESO y Bachillerato:
"Hasta que la muerte nos separe", de Nicolás Roselló Pérez
El tañer de dos viejas campanas de latón buscaba adornar la atmósfera de una gélida tarde de enero. Una pequeña iglesia servía de escenario para la misa que tenía a María de protagonista y a sus familiares y amigos como público. Ella, vestida con hermosas telas y brillante joyería parecía querer mostrar que llevaba preparada para este momento desde su nacimiento.
Permaneció frente al altar inmóvil, callada, solemne, durante todo el discurso del cura, como siempre ocurre en este tipo de ceremonias. En la distancia, su padre la observaba, al principio intentando contenerse, hasta que una lágrima sirvió como ejemplo para las demás, que comenzaron a caer desordenadas de sus ojos, formando así un angosto río que acababa por desembocar en su mentón. No lo culpo por emocionarse. Debe ser duro para un padre asistir al funeral de su propia hija.