Benjamin Franklin: Si él hubiera nacido mujer


     BAJO el título «1778, Filadelfia: si él hubiera nacido mujer», Eduardo Galeano presenta en su libro titulado «Mujeres» un relato en el que queda patente la diferencia de roles y funciones que los hombres y mujeres han venido desarrollando en la sociedad, al tiempo que refleja el protagonismo de la mujer en la vida doméstica y del hombre en la vida pública. Este texto carece de fecha de caducidad, porque la historia sigue repitiéndose, aunque más en unos lugares que en otros. Nos encontramos ante el hecho de Jane Franklin,  a la que, por haber nacido mujer, la sociedad recluyó al hogar y al silencio de la historia, mientras que Benjamín Franklin, siendo hombre, tuvo la oportunidad de formarse y participar activamente en el devenir de la humanidad y, además, a quien la historia lo recuerda como filósofo, físico y político. 
     El texto no precisa comentarios, y por su interés, reproducimos en las líneas siguientes:

     «De los dieciséis hermanos de Benjamín Franklin, Jane es la que más se le parece en talento y fuerza de voluntad.

     Pero a la edad en que Benjamín se marchó de casa para abrirse camino, Jane se casó con un talabartero pobre que la aceptó sin dote, y diez meses después dio a luz su primer hijo. Desde entonces, durante un cuarto de siglo, Jane tuvo un hijo cada dos años. Algunos niños murieron, y cada muerte le abrió un tajo en el pecho. Los que vivieron exigieron comida, abrigo, instrucción y consuelo. Jane pasó muchas noches en vela acunando a los que lloraban, lavó montañas de ropa, bañó montoneras de niños, corrió del mercado a la cocina, fregó torres de platos, enseñó abecedarios y oficios, trabajó codo a codo con su marido en el taller y atendió a los huéspedes cuyo alquiler ayudaba a llenar la olla. Jane fue esposa devota y viuda ejemplar; y cuando ya estuvieron crecidos los hijos, se hizo cargo de sus propios padres achacosos y de sus hijas solteronas y de sus nietos sin amparo.

     Jane jamás conoció el placer de dejarse flotar en un lago, llevada a la deriva por un hilo de cometa, como suele hacer Benjamín a pesar de sus años. Jane nunca tuvo tiempo de pensar, ni se permitió dudar. Benjamín sigue siendo un amante fervoroso, pero Jane ignora que el sexo puede producir algo más que hijos.

     Benjamín, fundador de una nación de inventores, es un gran hombre de todos los tiempos. Jane es una mujer de su tiempo, igual a casi todas las mujeres de todos los tiempos, que ha cumplido su deber en la Tierra y ha expiado su parte de culpa en la maldición bíblica. Ella ha hecho lo posible por no volverse loca y ha buscado, en vano, un poco de silencio.

     Su caso carecerá de interés para los historiadores».