Michel Tournier (París, 1924) murió el pasado lunes en la localidad de Choisel, una pequeña localidad de seiscientos habitantes donde vivía retirado en un antiguo presbiterio desde hacía más de dos décadas.
Figura semiolvidada en la literatura contemporánea, Tournier encarnó en un tiempo no muy lejano al gran escritor por antonomasia de las letras de su país. Hasta no hace muchos años, los cursos de francés para extranjeros en la Sorbona empezaban con un dictado de un texto de Marguerite Duras, seguido de otro de Tournier, como un rito de entrada a la gran literatura de la última mitad de siglo.
Tournier estudió Filosofía en la gran universidad parisina, antes de dedicarse a la traducción de textos no literarios. Llegó a la novela de forma tardía. No debutó en la ficción hasta 1967, cuando publicó Viernes o los limbos del Pacífico a los 42 años. El éxito fue inmediato. No tardó en revalidarlo con su segunda novela, El Rey de los Alisos, que vendió cuatro millones de ejemplares y ganó en 1970 el Premio Goncourt, del que luego sería jurado hasta 2010.
Autor de una decena de novelas y media docena de relatos, una veintena de ensayos, Tournier construyó un mundo único, muy alejado del «mundanal ruido», para mejor refutar la marcha trágica de la historia a través del Gran estilo de la literatura clásica. Su modelo primero fue el Flaubert constructor de fábulas míticas (los Tres Cuentos y Salambó), estimando que la forja de un estilo era el trabajo esencial de una vida intelectual digna de ese nombre.
Tournier decidió hace años recluirse en un antiguo presbiterio de una diminuta ciudad de la periferia oeste de París, donde llevó una vida monacal, austera y apasionada, a un tiempo, consagrada a la escritura y el gran aarte. No soportaba la «vida literaria parisina». Consagró su vida a la escritura, y la construcción de un estilo, alejado de las modas y tentaciones de la gran ciudad. Lector muy influyente en Gallimard, era un hombre sencillo, con gran sentido del humor, cuya ironía mordaz podía tener mucho de «subversivo» contra una «vida intelectual parisina» que consideraba como una plaga nociva y peligrosa para la vida del espíritu.