Escritos con mucha clase

Paula Pacheco, alumna de 3º de ESO D de nuestro Centro, nos regala un fantástico relato escrito por ella.

Rebelión

Hoy es uno de esos días de mal augurio, que nadie querría vivir. Hoy el mundo está tan desamparado que, hasta la salvaje naturaleza, capaz de vencer cualquier obstáculo, ha sido domesticada.
Suena una triste melodía en el alma de un joven preso:
- ¿Qué has hecho, muchacho? ¿Qué hiciste para sufrir tan melancólico destino, como pájaro enjaulado?
Él contestará con los ojos enrojecidos:
- Robé dos panecillos a un señor de bien.
Lágrimas de ira lanza el cielo, sintiéndose fustigado. Hammurabi dijo: “ojo por ojo, diente por diente”. ¿Se aplicaría él mismo sus propias normas? No se sabe, tal vez sólo quiso pasar a la historia. 
A veces uno se siente tan diferente en este mundo lleno de personas, tan solitario... Sin darme cuenta escribo esto, desafiando de un cierto modo al resto de la humanidad. ¿Quién ganará el combate: el más listo o el más fuerte ? 
Hay un hombre mayor en la calle sentado en un portal, sintiéndose humillado cada día porque tiene que pedir dinero y vivir de la caridad de la gente. ¿Seguirá allí mañana? Tal vez no... tal vez sí. Quién sabe, a veces uno se cansa de vivir en este mundo tan maltratado y, con mil millones en el bolsillo, decide dejarlo todo. Otras veces se desearía estar aquí un poco más, aunque sea en la fría calle. Dinero... poder... ¿Serán algún día más importantes el amor y la felicidad?
¿Volveré a ver a aquella muchacha, que, ojerosa, entró con un montón de libros en la Universidad de Ciencias? 
¿Por qué siempre tendremos que llorar cuando nacemos? Dicen que nos obligan a hacerlo para aprender a respirar. ¿Acaso nos enseñan desde pequeños que, sólo con el sufrimiento y el dolor se sobrevive? 
Las gotas de sudor resbalan por mi frente, a pesar de que he estado todo el día sentado. Quizás esté cansado de este mundo, de ver a las mismas personas exasperarse porque sus hijos no aprueban los exámenes. Mientras, otros se exasperan porque no saben si mañana seguirán aquí. 
Todos los días paso por delante del instituto para ir a trabajar. ¿Seguirán pegando y acosando a aquel muchacho de las gafas azules? 
A lo mejor me preocupo sin ningún motivo. Quizás lo correcto sea entretenerme haciendo cualquier otra cosa hasta que llegue el final de mis días. Puede que en ese mismo instante me dé cuenta de tan grandísimo error. Pero a lo mejor me equivoco, tal vez sea normal que mi mejor amigo sea un refugiado que huyó de su país hace mucho tiempo por ser homosexual.
Ahora ha empezado a llover, al asomarme a la ventana no puedo evitar pensar en el tiempo, imparable... El cielo está tan nublado que apenas puedo ver alegría en las calles.
A veces tengo miedo de desplomarme en el suelo y de que alguien me pregunte lo que me sucede, porque tendré que responder que no lo sé. Oh, existencia. ¿Debería quizás ser feliz y olvidarme de todo? ¿Acaso debería pasar de largo todas las tragedias que suceden en el día a día?
Enciendo la televisión y esbozo una sonrisa emotiva y melancólica. Sigue lloviendo. El inevitable suicidio del planeta cada vez se acerca más. Un ruiseñor canta en el jardín. 
Todavía me acuerdo de aquella mujer que tuvo que denunciar a su marido por maltrato. 
Recuerdo cómo titubeaba ante lo obvio. Todo el mundo sabía su problema pero nadie le quiso ayudar. Tuvo que luchar contra el miedo y hacerlo sola.
Dos relámpagos.
Y ahora me siento tremendamente estúpido, creo que ganará el más fuerte, y a mí ya me han ganado. ¿Mil millones? No tanto. 
Otro relámpago. 
Sollozos desconsolados al otro lado del mundo, al otro lado de la creación, al otro lado de la vida... 
Ya casi está. No me acobardo.
Cinco relámpagos.
Me tumbo en el sofá mirando el reloj, porque esta vez sé que nadie podrá evitar la alegría.
Seis relámpagos.
Ahora entiendo lo incomprensible. Tal vez aún esté a tiempo. No, demasiado tarde porque ya van ocho relámpagos. 
Todavía me quedan algunos minutos. A lo mejor debo pensármelo dos veces. ¿Una nota? Buena idea.
Pero debo darme prisa, ya han caído nueve relámpagos. Cojo una nota adhesiva y escribo con una letra casi ilegible:
Adiós al pasado, hola al futuro. ¡Camino de la felicidad! ¡Se acabó el aburrimiento!
Diez relámpagos. 
Me aproximo a la ventana y doy un saltito con una sonrisa que me ilumina el rostro. No más tragedias. Ahora disfrutaré de estos segundos en los que me convertiré en pájaro.