Leyenda urbana
Una noche Julie salió muy tarde de la biblioteca de la universidad, tras muchas horas de estudio. Cruzó el aparcamiento hasta llegar a su coche, sacó la llave, abrió y dejó el montón de libros que cargaba en el asiento derecho. Al contarlos se dio cuenta de que se había olvidado uno en la biblioteca, en el mostrador de préstamos, así que cerró de golpe la puerta del coche y volvió a la carrera.
Al cabo de un minuto regresó con el libro extraviado en la mano. Se sentó en el asiento del conductor y dejó caer el volumen encima del montón antes de poner el motor en marcha y salir a la calle. Tenía un buen trayecto por delante.
Pasado un rato se detuvo en un semáforo en rojo. A su lado paró una camioneta de reparto, pero apenas se fijó en ella. Tamborileando sobre el volante, esperaba a que se pusiera en verde. De repente, el conductor de la camioneta hizo sonar el claxon y Julie dio un respingo, sobresaltada. Miró a su alrededor, pero en el cruce sólo había dos vehículos, así que se imaginó que debía de haberle pitado a ella por algún motivo. Trató de ver quién conducía, pero las ventanillas de la camioneta eran mucho más altas y no alcanzaba a distinguir nada.
«¿Por qué me habrá pitado? Si no he hecho nada», murmuró Julie, molesta por haberse asustado de aquella forma.
El semáforo se puso en verde y la chica siguió su camino. Se metió en la carretera y ya casi se había olvidado de la camioneta cuando, de repente, el coche quedó inundado por un chorro de luz procedente de la parte posterior.
Miró por el retrovisor entrecerrando los ojos y apenas logró distinguir la misma camioneta que le había pitado en el cruce. La tenía justo detrás con las luces largas encendidas, de manera que a Julie le costaba seguir mirando por el espejo. Luego las apagó y, ya con las cortas, siguió conduciendo detrás del coche.
«¡Gracias a Dios! Con esa luz casi me deja ciega», se dijo Julie, que ya empezaba a ponerse nerviosa por culpa de aquel extraño conductor que llevaba detrás. Era muy tarde y no había nadie más por la carretera.
De improviso volvió a encender las luces largas y a apagarlas.
«Ya está bien, voy a dejar atrás a ese tío», decidió la chica, y apretó con fuerza el acelerador, pero cuando volvió a mirar por el retrovisor se dio cuenta de que la camioneta le pisaba los talones. Frunció los labios, clavó los ojos en el asfalto y aceleró aún más.
Otra ráfaga de luz blanca procedente de la camioneta. El conductor encendió las largas y una vez más las apagó.
En aquel momento Julie ya estaba claramente asustada. Echó un vistazo al espejo y le quedó claro que la camioneta la seguía y de cerca, pero sabía que ya faltaba poco para llegar a casa: su única esperanza era dejarlo atrás. Salió de la carretera y llegó a su calle. Ya veía su casa al final de la manzana. Otra ráfaga le dejó claro que la camioneta seguía su pista, pero no miró hacia atrás.
Con un chirrido de las ruedas, Julie se metió en el camino de acceso a la casa. Bajó del coche de un salto y echó a correr hacia la puerta, casi antes de que el vehículo se hubiera detenido del todo. El ruido de un frenazo le indicó que la camioneta se había detenido junto a la acera. Presa ya del terror, llegó tambaleándose hasta el porche y se puso a aporrear la puerta sumida en un pánico absoluto.
- ¡Mamá! ¡Papá! ¡Socorro!
Cuando ya se encendían las luces de la casa, se volvió para enfrentarse al que estaba convencida de que iba a ser su agresor. En efecto, el conductor de la camioneta de reparto había bajado, pero, antes de dar tiempo a la chica a gritar otra vez, se abalanzó sobre la puerta trasera del coche, la abrió de golpe y se lanzó sobre el asiento. Julie se quedó atónita al ver que sacaba a un hombre.
Entonces se abrió la puerta de su casa y sus asustados padres salieron al porche para ser testigos junto a ella de cómo el conductor de la camioneta luchaba cuerpo a cuerpo con el extraño que había salido del asiento de atrás del coche. Tras un largo forcejeo, el primero logró dejar inconsciente al otro.
Más tarde contó a la policía que, cuando se habían detenido en el cruce, había visto a aquel hombre escondido en el asiento trasero del coche de Julie, con un cuchillo de caza enorme en la mano. Había tratado de avisarla haciendo sonar el claxon, pero la chica no lo había entendido, así que había decidido seguirla con la esperanza de que se presentara la oportunidad de ayudarla. Cada vez que el asesino en potencia se había incorporado, cuchillo en ristre y dispuesto a atacar, el otro lo había asustado para que volviera a esconderse poniendo las luces largas.
AAVV: Gritos y escalofríos. Cuentos clásicos de misterio y terror.